sábado, octubre 08, 2005

Mikaela, por los pliegues de Arantza

¿Te he contado de cuando pasaba largos veranos cosiendo vestidos bajo el sol de la playa Mar Chiquita? Mi abuela, quien siempre llevaba un rosario hecho de botones, solía transitar todo el pueblo montada en un caimán que amaestró luego de capturarlo en la laguna Tortuguero. Los comerciantes le guardaban los mejores textiles al mejor precio. Nadie podía competir con una clienta que regateaba montada en un reptil verde con cresta bermeja.

Su hermana Mikaela se encargaba de enrollar los hilos en las bobinas de la máquina. Se dedicaba a esto desde la muerte de su último prometido. Murió electrocutado tras lanzar una colilla sin mirar hacia atrás en el casino del pueblo. Pegado a un cable.

Mikaela era costurera desde mucho antes de que se muriera su primer prometido, quien también falleció, aunque por circunstancias distintas, cayéndose del caballo en el que subía a visitarla al barrio. Había sido éste quien le había conseguido las postales con las pinturas de ese tal Egon Shiele. Según me contaba mi tía abuela mientras leía las cartas en la mesa del comedor forrada con un mantel de plástico y con un jarrón relleno de flores de seda, fue en un muelle del puerto de San Juan donde Isaac le compró a un marino europeo unas valijas forradas de terciopelo floreado. Al dárselas le dijo que bien se las regalaba para que con la pana hiciera uno de sus cotizados corpiños o para que tuviese dónde empacar el lingerie durante la luna de miel.

La habitación de Mikaela parecía empapelada con las láminas de las pinturas de estas mujeres con vestidos puestos, pintadas por el vienés. Las postales las encontró dentro de un sobre lacrado en el interior de la maleta con una dedicatoria que leía: “À Arantza, pour les plis de ta jupe”, firmada por un tal Deleuze. En las ilustraciones se leía claramente la firma del pintor, quien inscribía en una caligrafía de trazos geométricos “EGON SHIELE”. Detrás de alguna de las láminas estaba el nombre completo del pintor y sus fechas: Tull 1890- Viena 1918. Pensó que la vida de un gran pintor no está en las manos de Saturno, y poco después murió su primer prometido, a la edad de 28 años.

Ella antes anhelaba que algún día una de sus creaciones transmitiese la intensidad de los vestidos de las mujeres en el empapelado. Pero, desde que pasó lo del casino, dejó de coser y se concentró en la faena de enrollar los hilos en las bobinas de la máquina.

Recuerdo un incidente con el gato de la Tía Mika, como le decíamos los sobrinos-nietos. Fue justo antes de él morir y poco después de yo nacer. Gateaba por el balcón de la casa a la orilla de la playa, mientras mi abuela cosía en la Singer corroída por el salitre el traje de novia de la hija de una ex monja, rojo con brocado en hilo de oro, cuando me topé con unas grandes, amarillas y brillantes flores de Canario. Quería que el gato se las comiera y para demostrarle al gato lo buenas que estaban me las comí. Cuando mi abuela se volteó a ver qué hacía, salían pétalos de mi boca. Lo siguiente fue mi primer lavado de estómago. Cordones, retazos de telas, cremalleras, rollos de hilos, todos los materiales estaban al amparo de Deleuze, nombre con el cual Mikaela bautizó al gato que mi abuela le obsequió tras la muerte del cuarto de los prometidos difuntos, que también fue el último.

Pensé en mis veranos en la playa tan pronto me dijiste que te estabas quedando ciego. Luego de tantos años de coser sobre la arena blanca vestidos de terciopelo floreado y de hilvanar agujas bajo el candente sol del mediodía, también yo podría perder la vista. Esa extraña enfermedad que padeces parece obra de un genio maligno, si es que efectivamente se van eliminando los colores hasta sólo identificar el azul en las cosas, para luego sucumbir como arrastrado por un golpe de agua.

Inventaremos una forma para que identifiques los óleos en la paleta. Me dices el color y yo te paso el frasco. Incluso podrías hacer tus obras en distintas tonalidades de azul: añiles, plomos, marinos. Hasta que yo también me quede a oscuras. Entonces, oleremos juntos los cromos y ensartaré agujas con el tacto. Lo importante es seguir enhebrando, aunque sea otro quien hilvane.

Inspirado en Standing Woman in Red(1915), Egon Schiele
De Trasmano Claridad.

2 comentarios:

  1. Anónimo7:58 a.m.

    Pues si, Mara te decia, cuando se me desconecto el correo que estas hecha una diosa Mara. Que pense en ti hoy y aparaciste asi con esto pario. No he terminado de leerlo todo, pero me sumo a la posibilidad de creer a la distancia en conjunto. Te sigo escribiendo...Norka

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  2. Oye Mara, Pablo me ha mencionado sobre tu paginita y de veras admiro la energia que tienes para escribir chica. Me ha gustado mucho este relato en particular...el Deleuze que mencionas es Gilles Deleuze?
    De todos modos, me seguire dando la vueltita por aqui. Tb me gustaria saber si te puedo anhadir a mi lista de contactos.
    Sin acentos,
    Jocelyn

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