martes, noviembre 18, 2008

El verso perdido


Por Miguel García-Posada

15 DE NOVIEMBRE DE 2008 - NÚMERO: 877
CULTURA EN ABC.ES 


Julia de Burgos (1914-1953) quemó su breve andadura vital e invirtió su apasionada escritura en la búsqueda de un solo verso, como señalaba su poema «Se me ha perdido un verso»: «¡Tú! ¡Verso! / Has vuelto a la vibrante definición de forma, / que entibiaste a la sombra del impulso primero».

El verso perdido era la metáfora de la plenitud del universo, la herida siempre abierta por donde manaba su dolor ante la incompletitud del mundo. Porque, aunque personal y circunstanciada, la poesía de Julia de Burgos va del insecto a la estrella, del dato geográfico local a la cosmología entera de lo existente. Curioso y ejemplar el destino de esta poesía, que se asienta de entrada en el lamento individual para acabar entonando una grandiosa elegía o réquiem por todas las desposesiones que afectan al hombre: el deseo del varón es expresión también de la necesidad de su conquista, hombre blanco al fin; el río grande y nativo de Loíza es un «caído pedazo azul de cielo», etcétera.

Larga de sombra y ola. Como señala Iris M. Zavala, «La connotación y condensación invaden los cuerpos y las categorías; el ojo de la poeta obedece a un retículo social que aumenta o disminuye los objetos. En su poesía, el cuerpo -femenino o masculino- es un pulimentado nudo de signos y discursos». De este modo esta puertorriqueña pobre, mulata y dipsómana, que murió de sus penas incurables en el Harlem neoyorquino con apenas 40 años, se convierte en portavoz del drama humano, sin olvidar nunca sus raíces de ciudadana de una nación bloqueada en su destino de comunidad libre. Lo dijo ella de modo impar: «Indefinidamente, / larga de sombra y ola, / quemada en sal y espumas y calaveras imposibles, / se me entristece la tristeza...».

El acento modernista no abandonó nunca del todo la poesía de Julia de Burgos, pero no la limitó ni la recluyó en una escuela. El dodecasílabo, los pareados, el vocabulario preciosista, la estructura gnómica son marcas de época que la universalidad de la poeta trasciende siempre. Los ecos modernistas no alcanza a neutralizar la turbadora sinceridad de esta voz desnuda, despojada, pero que, no se olvide, sigue siendo una voz poética, construida artísticamente.

Y ello gracias a una cualidad que hace única a Julia de Burgos: la intensidad del sentimiento. Pocas veces, y solo excepcionalmente, en la poesía española ha sonado una voz así, «casi» exenta de literatura, de convenciones estéticas; oímos aquí la voz humanísima de la poeta, que es siempre mujer sin dejar de ser nunca artista. La apelación whitmaniana a la presencia del hombre en sus cantos («Camaradas, esto no es un libro...») resplandece aquí en su plenitud.

Tu voz, mi voz. Julia tenía, por lo demás, entera conciencia de su singularidad. Valga la perdurable composición «A Julia de Burgos», donde el desdoblamiento anuncia lo que de transgresora, que es mucho, tiene esta poesía: «Las gentes murmuran que soy tu enemiga / porque dicen que en verso doy al mundo tu yo. // Mienten, Julia de Burgos. La que se alza en mis versos no es tu voz; es mi voz».

Por eso es muy de agradecer esta edición, que recopila los libros de Burgos publicados en vida y pone su poesía al alcance efectivo del lector, cosa que hasta ahora no era fácil; un segundo tomo recogerá la obra dispersa. Acompañan además a la edición estudios preliminares de Ivette López Jiménez e Iris M. Zavala -espléndido-, una sustanciosa nota biográfica, relevantes testimonios y un buen aparato bibliográfico. Esperemos -deseemos- que ponga fin a la imagen legendaria de Burgos, aun respetando los elementos legítimos del mito, y la introduzca definitivamente en el canon al que pertenece: el de los grandes poetas latinoamericanos del siglo, aunque cómodo desde el punto de vista crítico por múltiples razones; entre Gabriela Mistral y Burgos, por ejemplo, las diferencias son abismales.

En definitiva, Julia no es prescindible, como no lo son Darío, ni Vallejo, ni Neruda, ni José Asunción Silva. Puerto Rico ha convertido, sí, a Julia en un icono, una heroína nacional, un paradigma ético y estético; pero esto solo quiere decir que se ha cumplido en ella el destino de los grandes poetas: serlo de mayorías, indefectiblemente, como postulaba el propio Rubén. Cierto que es desigual, pero a los poetas, a todos, desde Jorge Manrique, hay que juzgarlos por los aciertos. Estos son al cabo los únicos que cuentan.

1 comentario:

palabréame